Meta-formaciones (2022-2023)
El sistema de producción propio de la modernidad ha sido creado a imagen y semejanza de una definición ontológica occidental de vida: nacemos, vivimos/producimos, morimos. De igual manera, los objetos son fabricados, utilizados y una vez dañados o cumplida su función, desechados.
Sin embargo, esta linealidad del tiempo nos lleva a entender de manera errónea la muerte de los seres vivos considerando que desaparecen una vez fallecidos. La sensación de desaparición encierra un problema de escala temporal, porque es el resultado de una visión cortoplacista que favorece al capitalismo, al medir el impacto de nuestras acciones a escala de una vida humana. Además, resulta paradójico el efecto que nos causa la “desaparición” de una vida humana versus la de la basura: los entierros nos desgarran y dejar una bolsa negra de basura en una esquina en la noche nos es completamente indiferente. Como no integramos la muerte en nuestra sociedad, hemos creado un sistema de producción donde no nos hacemos cargo de, lo que podríamos llamar, la “muerte” de las cosas. Así es como producimos obsolescencia programada, consumimos y botamos impunemente, esperando que mágicamente esos residuos desaparezcan. En ese sentido, la crisis climática actual sería en parte el resultado de una crisis metafísica.
Tanto nuestros cuerpos como nuestros residuos no desaparecen una vez “muertos”, sino que se transforman. Ya sea volviéndose tierra y reintegrándose al ciclo del carbono; o convirtiéndose en sustancia tóxica y emitiendo gases de efecto invernadero. Lo que “muere” sigue en el planeta y tenemos que hacernos cargo. Reintegrar la muerte al relato como una historia de transformación y no de desaparición es primordial.